domingo, 13 de enero de 2008

¿Tienes algún problema en la lengua Luis Salgado?

La verdad pude intuir todo con solo leer el horrible “let it come to you, ’cause it will” que suena tan seductor como cualquier amenaza ochentera de las carátulas de tanto mamarracho metalero. Perdón, me deje llevar por el hígado.

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Hace mucho que no iba a un concierto y las cuatro canciones de Dasher colgadas en su Myspace no sonaban mal. Obviamente estas razones-para-asistir-a-un-concierto suenan totalmente irrelevantes cuando un ex miembro de Electro Z es el vocalista: L.A.S.E. mi ídolo. Bueno, mi ex ídolo.

El concierto empezó con una potentérrima (superlativo chuchiano de potente) ejecución de Milligrams Of Tin. Quedé realmente deslumbrado. La voz y la guitarra de L.A.S.E. eran tan L.A.S.E. (y gritaba tanto), Mekia J hacía coros muy bonitos y el bajista John Lee se movía con el rítmico entusiasmo de Hooky Hook (hasta tenía la apariencia). ¿Qué había batería?

Sin embargo, L.A.S.E tuvo la genial idea de organizar el concierto a modo de reencuentro familiar. TODOS sus familiares copaban sillas y mesas, (previamente reservadas para ellos y solo para ellos) en todo el frente del escenario. Y no es que tenga algo contra la presencia de su abuelita (su abuelita realmente estuvo presente), es sólo que las mesas y sillas no dejan disfrutar un concierto como se debe, bailando o saltando, o lo que sea. Y en conciertos tiendo al espíritu de una vedette de cuarta: si no bailo, jodo. Supongo que así fue como, inconcientemente, me dediqué a criticar (analizar si se quiere) todo el maldito espectáculo.

La música estallaba en fuegos artificiales; parecía especialmente compuesta para impresionar en directo. Mucho grito desaforado (tanto de Mekia J como de L.A.S.E), mucho solo de guitarra bacán, mucho golpe al bajo, mucha sacudida de pelo, mucha pose del gallito. Claro, esto en sí no es malo pero, si todo se queda ahí, deja traslucir cierta falta de inventiva. Todas las canciones eran tan tan que a la media hora de concierto mi entusiasmo inicial dio paso a un escepticismo nihilista del tipo “¿es que acaso todo esto suena igual?”. Y cuando el encantó se desvaneció, desapareció hasta el ritmo de John Lee; como todo gringo demostró ser una bestia con las piernas (aunque son ellos los que van al mundial. La culpa es de Burga) y no se cansó de desconectar el cable de su bajo a patadas, hasta malograr el plug y mandar el concierto a un entretiempo forzado.

Estas cosas no las digo porque esperara encontrar otro Electro Z. Estaba claro que no sonaban nada a Electro Z (bastaba ver su Rock / Rock / Rock del Myspace), pero esperaba un poco más de originalidad y carisma por parte de L.A.S.E. No había necesidad de decir tanta animalada entre canción y canción (sobretodo con dejo gringo). ¿Que sus aplausos los sientes aquí (señalando el corazón)? Mariquita.

Sin embargo, la sensación que experimenté al escuchar Milligrams of Tin fue algo brutal, algo que tal vez pueda relacionar directamente con el abstracto concepto de felicidad…estoy considerando asistir a la segunda y última fecha de Dasher en Lima. Tal vez esta vez Luis Salgado tenga el pelo corto y sea otra vez L.A.S.E.

***FOTOS

jueves, 10 de enero de 2008

El susurro de la mujer ballena

Tanto se ha hablado de la voz femenina que adopta Alonso Cueto en su última novela que no tengo mucho más que decir al respecto. El narrador es Verónica Rossel, una mujer que relata el intempestivo retorno en su vida, tras 25 años, de una ex compañera de escuela extremadamente obesa con quien compartió una amistad secreta. Si bien la protagonista cumple los roles formales de mujer (coqueta, madre, sensible), me parece un poco injusto pensar que el personaje no haya podido ser varón. Tal vez la llamada “voz femenina” sea más precisa si tenemos en cuenta que la feminidad está presente tanto en hombres como en mujeres, y en estas últimas, a veces, en menor proporción.

Rebeca (la mujer ballena) retorna con un pasado oscuro que Verónica trató siempre de olvidar, un pasado lleno de reproches y pecados. El pecado de omisión, tal vez el gran pecado del mundo; todas esas cosas que dejamos de hacer aun sabiendo que nos arrepentiremos luego. Pudo ser miedo o vergüenza lo que impidió a Verónica defender a Rebeca de las burlas de sus compañeros, o tal vez algún tipo de masoquismo humano que nos lleva a dañar especialmente a las personas que más queremos. Y es ese insignificante no hacer de Verónica uno de los factores que han convertido a Rebeca en un ser indeseable. La protagonista es su antítesis. Verónica es una mujer de nuestros tiempos, tiene todo lo que necesita para llevar una existencia placentera: belleza, un trabajo interesante y bien remunerado, familia completa y un amante magnífico (¿?). Sin embargo, detrás de todas esas cosas que, a falta de mejor palabra, llamaré apariencias, Verónica sabe que algo muy importante está ausente en su vida. Rebeca es una versión un poco más retrograda: no tiene nada y siente que el mundo ha sido injusto con ella. Casi como un izquierdista setentero.



Es una historia triste. Cada vez que Verónica cree haber encontrado un refugio contra su soledad, debe abrir los ojos y comprobar que todo fue un espejismo. Solo quedará la ilusión idílica por un pasado que ya no podremos modificar y la fatalidad de saber que la única persona a la que realmente podemos entregarnos es un ser condenado a la ignominia al que no supimos ayudar cuando más lo necesitaba.

Seguramente Cueto experimentó con productos para mujer, algo así como Mel Gibson en What Women Want, pues hasta quiso hablar como ellas. Por momentos los diálogos me resultan un poco empalagosos pues son casi una copia fotográfica del habla limeña, con muletillas y todo. Y, ¿por qué diablos mencionan a Daddy Yanqui y al Winning Eleven?